lunes, 21 de enero de 2013

A LA VIDA

Envuélvamela en poesía,
con una pizca de miel,
y con agua del torrente,
échele sal, y a correr!
Yo la quiero con los soles
de días de primavera,
o con nubes que agigantan,
el gris en las callejuelas.
Con árboles oro- verdes,
u obscuros troncos vacíos.
Con flores que tiñan tardes, 
o nieves que traigan fríos.
Yo la quiero con el llanto
o la sonrisa, de un niño.
Con el viento fresco y manso
o con el huracán bravío.
Póngale moño de sabio,
y paciencia de abuelito.
Y si no, no ponga nada,
yo me la quedo lo mismo.

14/6/93 Patricia Leite Strozzi ©
A MARGARITA

Así de pronto
la encontró,
y calló
su grito ahogado.
El tiempo
dejó al tiempo ido.
Y la puerta de hielo
cerró su sombra final.
Un quieto pavor 
tomó su gesto.
Un ciego color
palpó su cara.
Y el dolor escapó
entre sus manos
abiertas,
sin poder
ver ya sus ojos,
la mañana.

8/1/92 Patricia Leite Strozzi ©
MISERIA

Qué cruel 
que es la vida,
que agranda la llaga,
buceando en su vientre
vacío y doliente,
de poca comida.
Qué poca es la gracia
que toca su paso.
Suerte esquiva.
Tristeza que anida
en brazos cansados,
en piernas vencidas.
Ya nada lo mueve,
ya nada lo anima.
Si hasta cruel 
es la muerte,
que aleja su ira.

6/2/90 Patricia Leite Strozzi ©
MENDIGA

Y en un gesto callado
descubrí su tristeza.
Tan quieta,
tan sentada en la vereda.
Su mano inerte
vuelta a la esperanza,
tratando de salvarse
del hambre, la miseria.
Cobijando una duda
entre sus brazos,
tal vez alguien se apiade
y le de albergue,
O... tal vez, 
sólo tal vez,
llegue la muerte.

6/2/90 Patricia Leite Strozzi ©

martes, 15 de enero de 2013

Satsumi, una mujer.  
Todo era papel y tela. Luz y aire. Orden y esmero por la pulcritud.
Satsumi esperaba quieta que el atardecer le perdonara el amargo letargo de su alma.
Sentía temor de Dios aquella tarde, no podía ser bendecida si no encontraba calma en su interior.
No como la habían criado. Todo medido, todo permitir y callar, amar y perdonar.
Las mujeres de su época no podían ni debían pedir explicaciones de nada. Tampoco discutir ni reprobar.
Sólo admitir y llorar hacia adentro, sin que el mismo río bebiese sus lágrimas. Sin que el sol secara una sola lágrima 
en sus mejillas porque no debían asomar a ellas.
Ella  lo sabía bien, conocía la disciplina de su pueblo, la dogmática educación dada por sus padres. Acatar, sin
reproches ni un sólo acto, por vil que fuese. Eso era ser mujer.
Pero su corazón había probado el amor y sin que ella pudiese controlarlo, corría desbocado más allá de su cuerpo,
de su razón, de su conducta.
Ozaka era un apuesto jóven que había conocido en el jardín de la casa de su prima Sakusi, en la fiesta de Hanami.
Él la había mirado y, como lenguas de fuego había sentido recorrer sus ojos por todo su cuerpo.
Tapó su rostro con el abanico y miró hacia el árbol, uno de los tantos sakura, que estaba engalanado con las flores más hermosas.
Con sus tonos rosa pálido, con su centro casi fucsia, que el sol hacía ver lleno de luz y calidez, pensó en lo que sus ancestros aseguraban con cada Hanami, el fin del invierno y la prometida primavera que auguraba una buena cosecha o no dependiendo de la cantidad de flores de los sakura.
Pero no podía concentrarse ni en las flores, ni en la música suave de kotos y biwas. 
Su mente vagaba en la mirada de Ozaka.
Su padre, observaba de lejos a sus hijas, sin perder un solo gesto y claramente vio el sentir de Satsumi.
Llamando a su esposa, le dio la impronta de hacer entrar a Satsumi a la casa y mantenerla allí hasta nueva orden.
Kytama cumplió con la orden de su esposo y entró junto a Satsumi, manteniéndola en la casa hasta recibir otra orden.
Obediencia y disciplina eran principios básicos de las mujeres japonesas de entonces.
Otako llamó a Osaka para hablarle, en el jardín trasero para que las mujeres no puedieran observarlos. Osaka se disculpó y le pidió permiso para ver a Satsumi. Le fue concedido sin problemas ya que era un buen candidato.
Al ser llamadas madre e hija por Otako, la sorpresa fue grande cuando se les comunicó que Osaka había pedido ver formalmente a Satsumi.
Nueve meses pasaron.
Floreció todo el amor y la entrega de a ratos pequeños, en tardes cortas, soleadas como esa tarde en la que Satsumi se encontraba.
Controlados de cerca por Kytama,  los jóvenes se prometieron amor eterno y un hogar lleno de hijos.
Nueve meses pasaron.
Solo nueve meses.
Poco duró la visita del Taii, capitán del ejercito, en casa de Satsumi.
Sólo dijo a Otako lo que se sospechaba.
Solo nueve meses duró la alegría de Satsumi y Osaka.
Cuando Kytama le dió la noticia a Satsumi, ella hizo una mueca de dolor, pero no rodaron lágrimas por sus mejillas.
Osaka, su amor, muerto en la guerra, ya no volvería a mirarla como aquella tarde de la fiesta de Hanami, como tantas tardes.
Solo su corazón sentía destrozarse sin que nada pudiese curarlo.
Pensó en el Hara Kiri, pero pensó en sus padres y hermanas. Pensó en Osaka y en ella, pero pensó en el sol y en Hanami.
Cincuenta años pasaron y Satsumi, con valor y seca de sangre y lágrimas cuidó a sus padres y sobrinos.
Cincuenta años esperando ese día. Y el atardecer le perdonó su aletargado y amargo dolor en el alma.
LLegó. La esperaba. Ahora si, volvería a ver a Osaka. 
Ahora si, su amor estaría pleno. Osaka y Satsumi enternamente, como lo habían jurado.



5/6/2010 Patricia Leite Strozzi © 

lunes, 14 de enero de 2013

Sueños

Si, tal vez un sueño
fue soñarte inutilmente...
(invadida entre las luces,
los aplausos)
... quizá un carruaje
lleve mis memorias,
sin despertar el interés
borrando pasos.
Un pasar sin mas huella
que otros tantos
(y así ha de ser).
Un gritar sin sonido.
Un pensar.
Un volcar en tinta, vida,
sin lograr conmover
al mas sensible.
No, si es mejor seguir soñando
un sueño vago!
En el que al inconmovible
mueva al llanto,
y al niño saque
una sonrisa.
Un milagro!

11/6/91 Patricia Leite Strozzi ©
Mi alma y tú

Ves que el sol
aún brilla
entre los campos?
Cómo perder 
sus caricias y sus besos?
El viento
que arrulla a los abetos,
es el que peina
mis cabellos cenicientos.
Y la luna?
Ah!
La luna 
es la que anida
entre mi alma y tú,
querido mío.

6/2/90  Patricia Leite Strozzi ©
Amor imaginario

Es noche. 
Y pensar que
en un manto celeste
te envolví de poesía.
Y en la quietud del aire
rozó una gota clara
mi mejilla.
Vi el oro de tu pelo
en mi cintura.
Habían aromas
invadiendo la brisa.
Retuve en mi memoria
este pasaje
(no se repetiría así
tal vez, otrora).
Contuve mi alegría,
solté el aire,
y con él voló mi sueño...
palpé poco la dicha.

11/6/91 Patricia Leite Strozzi ©



sábado, 12 de enero de 2013

Casi se fue...

Casi se fue
y así sentí el olvido.
Cómo camina el mundo
sin sus pasos?
Sin su mirar...
no encuentro ya mis ojos.
Y sin su voz...
no muevo mas mis labios.
Casi se fue
y el cielo me atormenta!
Y en la penumbra,
al borde del ocaso
una voz grita!
Agito mis lamentos...
ha vuelto en sí!
Mi vida ha retornado.

30/7/88 © Patricia Leite Strozzi